
El problema de la gente sin vicios es que normalmente tienen virtudes realmente aburridas”
dijo Elizabeth Taylor.
Y su vida tuvo de todo salvo virtudes aburridas.
Los ojos color violeta.
La cintura de avispa.
Los maridos.
Los divorcios.
Los maridos de las otras.
Las rupturas.
Las enfermedades.
Las pieles.
Los diamantes.
La existencia de Elizabeth Taylor parece una película de Douglas Sirk con todos los elementos de un melodrama en estado puro. En sus propias palabras, con ella se va
la última superviviente de un Hollywood que ya no existe:
el de los actores a sueldo de los grandes estudios,
el de los productores que regalaban diamantes a sus estrellas
y perdían enormes fortunas en superproducciones ruinosas.
El de un glamour a años luz del Hollywood de hoy
donde los actores saturan Twitter con fotos de ellos mismos comiendo cereales en ropa interior.
Los que la conocieron hablan de su inagotable sentido del humor, de su carácter fuerte, de su espíritu imbatible:
“Mi madre dijo que estuve ocho días sin abrir los ojos después de nacer. Cuando los abrí lo primero que vi fue su anillo de casada y mi suerte estaba echada"
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